Por Uxía Beiras
Fuentes: elsaltodiario.com
El sistema de género binario del que nace el patriarcado como lo conocemos no es un sistema de opresión milenario y omnipresente en las sociedades humanas, sino un sistema de clasificación social con un contexto histórico y económico bien definido.
La filósofa Judith Butler define el género como un conjunto de actos performativos que se repiten en el tiempo y van variando según normas sociales sujetas a variables históricas, sociales y económicas. Esto quiere decir que lo que entendemos como masculino, femenino o propio del hombre o la mujer son actos aleatorios que varían según contextos históricos y temporales. En el caso del sistema de género binario, sabemos que es una lógica que no ha sido omnipresente en todas las sociedades humanas. En la India precolonial, la comunidad de las Hijra eran consideradas como el “tercer género” y muchas de ellas tuvieron puestos sociales importantes hasta que fueron criminalizadas por el Imperio Británico con el Criminal Tribes Act de 1871. A su vez, el término Dos Espíritus fue acuñado por varias comunidades nativas americanas en los años noventa para referirse a las personas que tradicionalmente realizaban roles de género considerados tanto masculinos como femeninos. Esto quiere decir que las lógicas que construyen el género varían según espacio físico y temporal.
Según la Enciclopedia Britannica, el sistema de género binario es una ideología que clasifica el sexo y el género como constituidos por dos polos opuestos. Las personas con sexo femenino son consideradas mujeres y se espera que perpetúen roles de género femeninos. Las personas con sexo masculino son consideradas hombres y se espera que perpetúen roles de género masculinos. Es decir, el sistema de género binario divide a los seres humanos en dos categorías consideradas como opuestas. Aunque dicho sistema está en continua construcción y cambio —los roles de género de hoy no son los mismos que hace 100 años—, uno de sus pilares fundamentales es la ideología cristiana, que defiende que hombres y mujeres fueron creados para cumplir roles contrarios. Siendo ellos los líderes y protectores y ellas, subordinadas a estos a través de sus labores reproductivas y de cuidados.
Este sistema de clasificación social se expandió y desarrolló a través del colonialismo europeo, el cual se justificaba a través de lo que se denominaba misión civilizadora. Un sistema de esclavización, limpieza étnica y expolio precisa de una máquina discursiva que cree una ética que justifique su existencia y acciones. En el caso del Imperio Británico, utilizó la pseudociencia denominada ‘racismo científico’ para construir a las comunidades colonizadas como inferiores, infrahumanas, incapaces de autogobernarse y, por lo tanto, necesitadas de una entidad “superior” que las controlara, gestionara y civilizara. Parte de dicha misión se centraba en regular la sexualidad y expresión de género de las poblaciones indígenas.
En el caso de la India, el hombre Bengali era considerado afeminado y débil, con facilidad para la mentira y cuya naturaleza lo tendía hacia el ser dominado. Es más, la figura del manly Englishman era utilizada en contraposición del effeminate babu (forma de referirse al hombre Bengali) para construir al hombre británico como estandarte de una masculinidad normativa y civilizada en contraste con la masculinidad deviante indígena (Colonial Masculinity: The ‘Manly Englishman’ and the ‘Effeminate Bengali’ in the Late Nineteenth Century, Manchester University Press).
Por otro lado, los hombres de origen africano eran considerados sexualmente agresivos y animalísticos, mientras que las mujeres africanas eran consideradas hipersexuales y lascivas, en contraste con las tímidas, débiles y recatadas mujeres británicas cristianas. Es decir, ya que el hombre blanco era la definición de conocimiento, civilización y poder, el aparato de construcción de conocimiento colonial precisaba continuar produciendo un discurso que definiera al hombre colonizado como diametralmente opuesto. A su vez, la mujer blanca, aunque inferior al hombre, era la portadora del perfecto ideal femenino, por lo que las feminidades indígenas eran construidas como opuestas a estas a través de una sexualidad desviante.
El sistema de género binario, personificado por el hombre y la mujer blancos cristianos, era utilizado como herramienta de clasificación y justificación colonial. En su libro La Invención de las Mujeres: Una perspectiva africana sobre los discursos occidentales del género, Oyeronke Oyěwùmí hace una investigación sobre la cultura Yoruba en las zona entre los ríos Níger y Volta (lo que ahora consideraríamos Nigeria, Togo y Benín). Oyěwùmí argumenta que en la sociedad Yoruba precolonizada, el género no era un elemento de organización social. Las fronteras entre las distintas categorías de género eran porosas y distintos individuos podían moverse de unas a otras o incluso ocupar espacios liminales entre ellas. Es decir, el concepto de “mujer” no tenía grandes implicaciones sociales o jurídicas hasta la colonización británica. En otras palabras, la máquina colonial utilizaba sus propios marcos clasificatorios para definir unas identidades que existían en sus propios términos y lógicas y al no ser catalogables, eran deducidas como opuestas.
Sin embargo, el sistema binario de género no se utilizaba únicamente como herramienta de justificación y análisis, sino como forma de control y asimilación. Gran parte de la estética y reproducción contemporánea del sistema de género binario viene de la organización de la familia nuclear Victoriana tras la Revolución Industrial. En esta época el hombre abandona el núcleo familiar para ir a realizar trabajo asalariado y consumir en los espacios públicos mientras que las mujeres quedan relegadas a la esfera doméstica. Esta nueva comprensión del género fue impuesta forzosamente a las comunidades indígenas por los Gobiernos Estadounidense y Canadiense en colaboración con las Iglesias Católica y Anglicana (entre otras) a través de las Escuelas Residenciales. Estas instituciones eran parte de un sistema escolar fundado durante los 1880 hasta finales del siglo XX cuyo objetivo era educar y “civilizar” a les niñes indígenas e indoctrinarlos en la cultura anglo-cristiana. Les niñes eran abducides de sus familias para ser matriculades en estas instituciones, en las que no les era permitido hablar su lengua madre ni practicar ninguna de sus costumbres o liturgias culturales. El contenido educativo se centraba en trabajos de tipo manual: las niñas aprendían labores de tipo doméstico (lavar, coser, limpiar y cocinar) mientras que los niños aprendían carpintería, hojalatería y a trabajar en el campo. Además de la altísima tasa de mortalidad y los amplios abusos documentados, estas escuelas constituyeron un etnocidio que dañó enormemente la cultura y raíces indígenas de ambos territorios. En sus ponencias sobre de/colonialidad y género, Iki Yos Piña Narváez expone la contundencia de dicha violencia cultural mostrando fotografías de lxs niñxs antes y después de su entrada en los colegios como la que ilustra la portada de este texto.
Dichas imágenes nos muestran claramente cómo una parte inherente del proceso civilizatorio de estas escuelas consistía en imponer roles y estéticas de género que aún ahora se podrían considerar bastante actuales. En la imagen de la izquierda, el género de les niñes se presenta como ambiguo, incluso me aventuraría a decir que es difícil de identificar. Sin embargo, en la imagen de la derecha esto está rotundamente claro. Esto se debe a que los marcadores de género de la sociedad de la que provienen estes niñes son distintos a los nuestros y, por lo tanto, difíciles de determinar. En cambio, una vez occidentalizadees/anglicanizades, les niñes adquieren y performan los marcadores que nuestro imaginario identifica como masculino y/o femenino. Esto no es solo por la indumentaria y estilismos, sino por las poses, la escenificación de la fotografía, etc. Es decir, es la expresión de género de origen cristiano-colonial la que reconocemos como propia y la india nativa la que consideramos ambigua, confusa o “feminizada”.
Para entender el sistema binario de género y problematizar sus roles es necesario entenderlo como un legado colonial que sirvió tanto de herramienta de control y subyugación como de catalizador. Este sistema no solo formó parte del cuerpo de conocimiento que justificó y facilitó la esclavización, genocidio y explotación de millones de personas, sino que se retroalimentó a partir de este, narrando y dando sentido a las relaciones que las fuerzas coloniales creaban con la población nativa. Históricamente, distintas sociedades han expresado y entendido el género de fornas diversas. Los conceptos de ‘hombre-masculino’ y ’mujer-femenina’ son ideas creadas a partir de un contexto geográfico-histórico-económico muy específico. Es muy importante entender el origen y la naturaleza de estos sistemas de clasificación para que no sean herramientas de control y opresión, sino una forma de apreciar la riqueza y diversidad que caben en la naturaleza, identidad y expresión humana.