Por Yezid Arteta Dávila
Fuentes: El Viejo Topo
“Quien no impulsa un cambio y no consigue llevarlo a cabo, deja abierta la puerta para que otros lo intenten”. Esta frase creo habérsela escuchado a un loro que, desde su estaca, observaba a un grupo de amigos que a menudo se reunían a platicar sobre la “coyuntura”, mientras bebían vino y masticaban aceitunas. Las ilusiones se pierden —como en la novela— si lo que se promete no se traduce en realizaciones que se puedan ver, tocar y gozar. Esto vale para la izquierda como para la derecha.
Vivimos en un tiempo testimonial. Aprendo más del testimonio de la gente que sale a buscarse el pan cada día, que de la cantaleta de un político al uso. Me impresiona más el relato de un tipo que soñó toda la vida con un gran golpe que le sacara de la pobreza, que la lectura de un mamotreto sobre los derechos humanos. Por eso soy fiel oyente de Radio Ambulante y El Hilo, el galardonado podcast dirigido por Daniel Alarcón, que narra historias latinoamericanas, revelaciones de gente que hace o le hacen. El capítulo Un padre, un hijo y un abismo: el ascenso de Javier Milei en Argentina, vale más que los miles de artículos y tertulias que tratan de explicar lo ocurrido en el país de Diego Maradona el pasado domingo 19 de noviembre.
Lo que está viviendo Argentina ya pasó en otras latitudes: Johnson en el Reino Unido, Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil o Meloni en Italia. Un viaje a ninguna parte. Johnson dejó a Inglaterra con la peor inflación del siglo, la infraestructura ferroviaria y sanitaria por los suelos, facturas de servicios por los cielos y huelgas por montones. No quiero volver más a Londres, me comentó una amiga que fue allí de paseo. Bolsonaro permitió la destrucción de la selva amazónica para favorecer a empresarios codiciosos, provocó el aislamiento internacional de Brasil y legó a Lula una economía frágil como el tobillo derecho de Neymar Júnior. La suerte de Donald Trump depende de los cuatro juicios que tiene pendientes en los tribunales de los Estados Unidos por hechos ocurridos durante su presidencia. A la señora Georgia Meloni le ha tocado tragarse la cháchara que volcó contra la inmigración cuando el empresariado italiano le exigió mano de obra extracomunitaria para que la tercera economía de Europa no pierda competitividad.
Cuando el señor Milei se hunda en las aguas de la realidad argentina, entenderá que el histrionismo es útil para el teatro, pero superfluo a la hora de enderezar la economía de un país que lleva décadas ensayando fórmulas erráticas. En Argentina el promedio de un ministro de economía al frente de su cartera es de trece meses. En el último medio siglo se han probado decenas de modelos económicos. Ningún gobierno ha dado con la tecla que permita sacar del hoyo al país. Economistas de diversa índole coinciden en que fue Jorge Videla, dictador de Argentina, el catalizador de la crisis endémica que padece la tierra de Borges, Sábato y Cortázar. Milei prometió, a gritos, arreglar al país. No lo creo.
La ultraderecha continental, incluyendo a la lagartería colombiana, corea el nombre de Milei. Cualquier bufón vale con tal de atravesarse como un palo en la rueda del progreso y la democracia. Cuando la izquierda olvida a sus electores, caza peleas innecesarias y asume el gobierno como un fin, y no como un medio al servicio de la gente, cava su propia tumba.
“El voto razonado es un espejismo”, concluyó el loro cuando los amigos se fueron. Sobre la mesa quedaron las botellas de vino vacías y los huesos de las aceitunas.