Por MultiRostros
Maldito calor en el metro con un trajeado al lado de ti que le huelen los sobacos, escuchando las rolas que ni te laten a todo volumen de un compa que vende al lado de otro que te ofrece no sé qué para que te lo cuelgues. Pero cerca de ti te topas con alguien de playerita de tirantes y el mismo efecto del sobaco. Y señoras que salieron de la chamba y se rociaron perfume Chanel número 666. Y en lugar de música vas escuchando un motor, de esos que tiran pedos y que generan más calor.
Maldito y sofocante calor en el metro. Se abren las puertas y entra una camada de personas igual que tú y te aplastan tus tripas y tu alma y te enfadas y dices: “pinche calor de mierda en el metro con un trajeado al lado de ti que seguro se ha echado otro pedo, pero que respira tranquilo porque apañó un lugar que le correspondía a la ruquita que se distrajo porque, o se colgaba del tubo o se apiñaba de su bastón.
Y el pinche chamaco con uniforme de primaria que mira de reojo la jeta de la que parece su jefa que se sulfura porque el mocoso no quiere leer. Que no se pase: “¿leer?”. Él lo que seguramente quiere es volar y ver a toda esta camada en el metro. Pinche calor. Y atrás de ti un cabrón que se siente pescador te arrima el camarón echado a perder. Pasan nuevamente esos vendedores con bastones que te atiborran de cosas: “A diez… a diez varos. Llévelos, llévelos”.
Se abre la puerta. La ruquita ya se sentó y ahora abre su tupper para la comida. El chamaco cuenta las estaciones y se seca el sudor. Ya es tarde y el maldito metro no avanza. Quiere que se llene hasta que ya no quepa ni una alma atormentada. No entiendo cómo quieren entrar si ya no me pueden aplastar más; ahora sí ya no respiro, me llega un aire que parece refrescar, pero pensar que es un respiradero contaminado de basura y residuos, me provoca nauseas. Pienso: “¿Por qué no tengo carro?”.
Pinche calor es tan desesperante que aún a la media noche y con las ventanas abiertas, uno quisiera desnudarse. La doña a un lado está encabronada porque le avientan su bolsa “de mano” que más bien parece pañalera. Junto a ella el universitario necio como él mismo que no quiere quitarse la mochila de la espalda, se parece al “Pípila”.
Se abren y se cierran las puertas. Todas las ventanas están clausuradas. Todos buscamos manosear un pedazo de tubos sebosos para sostenernos aunque el aglutinamiento de carne lo impida. En la siguiente estación gracias a dios me bajo.
Es un calor extremo que provoca un ambiente pesado. El sudor brota, algunas gotas escurren por el rostro. La ropa se adhiere a la piel. Las piernas están cansadas y el cansancio es evidente. Un viejo patán quiere romper esquemas, ahuevado se sube al vagón destinado a las damas. El pinche machismo se le desborda. Te dan ganas de bajarlo a chingadazos.
Espero media hora al metro. Veo caras desagradables, personas prepotentes que sólo buscan un lugar en el próximo vagón. Estoy harto y quiero mandar a la chingada a esa señora que masca su chicle. Subí al metro y pinche calor, en corto te deshidratas.
Únicamente porque no tengo carro, chingá. Pinche calor que ya no calienta: quema el muy perro; achicharra la piel, asfixia y no te deja respirar. Te exprime los líquidos como una jerga vieja. Pinche calor, convierte el asfalto en un comal que derrite las suelas de los zapatos y voraz las mastica. Pinche calor infinito.
Nunca falta el cabrón que pega la carrera en cuanto escucha el aviso de cierre de puertas y se estampa contra esa masa humanoide, se aprieta la situación e imposible que las puertas se cierren. Y la pinche grabación: “Permita el libre cierre de puertas”. Pienso: “Hijo de la chingada”. Por fin se cierran y empieza a avanzar de nuevo el tormento. Pinche enfrenón, todos a volar: cabezas, patas, lonjas, mochilas y demás bajezas.
Calor en el metro, calor infernal. No asfixia, no ahoga, sólo quema y penetra hasta la sombra más profunda de las almas descubiertas. Te atrapa, te secuestra y abusa de ti mientras esperas regresar a casa. No pregunta, sólo llega y se apodera de tu ser. Calor en el metro, calor espiritual. La mente se abre: eres tú y no eres nadie, eres viento y eres fuego, eres odio y eres cielo. Dolor de cabeza y de piernas, sed de agua y de violencia.
Hace un calor… desde que llegas al andén está todo atascado. Tratas de encontrar un hueco y ya llegó. Abre las puertas y sale un vaho caliente, te imaginas todo lo que contiene: alientos, sudores rancios. Suspiro y a subir. Entras y te embarras para poder pasar. Los gordos y los flacos no se mueven. Te voltean a ver. Todos con cara de pocos amigos. Parecen zombis. Serios, sudorosos. El metro llega a la siguiente estación. Para ese momento yo ya estoy empapada.
El sudor corre por la espalda, me imagino que son gusanos jugando en ella, bajan y bajan. El sudor aparece entre los senos, escurre, es un escurrimiento casi sensual. El sudor ya está en la entrepierna, miro a los lados para ver si nadie lo nota. Cada que se abren las puertas es como un respiro. Ahora se cierra y sigue el escarceo amoroso, cuerpo y sudor, sudor y cuerpo. Cuando bajo del vagón tarareo una canción.
Pinche calor. Se levanta el señor que se hace el dormido y te sientas. Se abren las puertas. ¿Por qué no existen escaleras eléctricas hasta mi casa? El metro frena y alguien se embarra contra el tubo y los demás detrás de él; más calor y más hastío. Los vidrios llenos del sudor de todos, de esas veces en que no puedes mover una mano sin tocar a alguien.
Y en el instante en el que pienso que el viaje no será nada confortante, chin, le gano el lugar a un viejito que cojea. Me senté y me hice la dormida y sólo miraba al piso haciéndome pendeja, viendo trozos de chicle, tierra seca y los modelos de los zapatos del vecino. Me echo un coyotito. Recargo la mejilla en el vidrio grasoso. El peso en la frente me hace inclinarla hacia delante y hace bizcos con los ojos cerrados. Y alguien con un santo entre las manos me despierta:
—¿Puede cooperar pa´l san Juditas?
—No—. Recuerdo que es 28 de mes.
El calor te golpea el rostro, el cuerpo. Igual que si entraras a un baño con vapor, como cuando te duchas en agua calentísima. Respiras, hueles, no puedes reconocer entre la mezcolanza de tantos olores. Pero siempre dices que “huele a pedo”. Ya no respiras. Contienes el aire unos segundos. No puedes más. Buscas espacios por donde se filtre un poco de aire. Hace años te gustaba subirte al metro para observar y contrastar la teoría, chida teoría que leías en la universidad. Te reías por dentro, de la gente, de ti, de los maestros.
Ahora te pones audífonos, lees, bebes agua para aislarte, para no sentir el golpe de calor, el hacinamiento y a la pinche “gente”, aunque tú seas uno-una más. Para no escuchar al vendedor ambulante, ni a la señora que habla de sus traumas en altavoz o a la ruquita que sobrevive sentada en su lugar especial; para no mirar las miradas de los insistentes, de los chismosos, de los morbosos.
Lees algo chido que te transporta a otros espacios. Y otro pinche frenón. Y alguien que duerme sueña el instante en que dos soldados, en su servicio militar, lo encerraron en una bodega sin ventilación; y lo ultrajaron. Por eso siempre lleva en su mochila una pistola calibre 22, porque no aguanta que alguien más se quiera pasar.
¡Pinche calor en el metro! Y yo con este vestidito. Pero da miedo irme en el vagón de las viejas siempre me empujan horrible, mejor aquí. En cualquier momento alguien me dará su lugar. Mientras, ya no aguanto la peste. ¡Pinche calor en el metro! Todo por el pendejo de mi novio que me volvió a dejar plantada.
Y lo peor de todo no es el calor, es que apesta a humanidad y el ambiente se siente pesado. Todavía faltan varias estaciones y ya siento la primera gota de sudor bajar por mi espalda. Vale madres, hasta me había perfumado. Ojalá prendieran el aire acondicionado, aunque sea por piedad. Pero no aprendes a irte más temprano. Temprano o tarde el metro es el metro, siempre lleno. Entre más prisa más se tarda. Ni madres. Siempre se para cuando le da la gana. Carajo.
Pinche calor cagante y sofocante. Me salgo de bañar y ya estoy sudando, veo la punta de mi nariz brillar gracias al chingado calor. El día pinta pesado: examen por la mañana, planificar una exposición, al medio día y por la tarde a trabajar. Del hogar a la escuela es toda una odisea, el metro va hasta la madre. Intento leer mis notas mientras me pegan con su chingado codo y ni un perdón ofrecen.
Chinga, ya es tarde. El metro no avanza. Voy hasta la estación Zapata y yo apenas en Tlatelolco. El día se pone cada vez peor. Llegué a Zapata. Bajarme del metro es todo un pedo. Checo la hora y sí, ya tengo treinta minutos de retraso. Llego a la escuela toda sudada, siento mi camiseta pegada a mi piel y para poner “más chingón el día” mi novio se encabrona porque no tengo señal en el fregado celular. Como si eso yo lo pudiera solucionar.
Pinche calor culero, cagante y sofocante, que sólo provoca dolor de cabeza, mal humor y sudor hediondo. Ahora, la pinche línea que va a Insurgentes. A mierda huele este transporte público. Ve a este, el muy cabrón, me patea y no quiere que le grite: “Pendejo”. Es un pinche ambulante escandaloso, ojalá no venda ni una mierda. No entiendo el pinche coeficiente de esta muchedumbre. El vagón los vomita y todavía se empujan. Espero que no se surra alguien con tanto empujón, bastante tengo con los pedos. Mi maquillaje ya fue y ni se diga el peinado. ¡Mierda!
Los cuerpos se rozan y se pegan por el pinche calor sofocante. La gente no cabe, pero entra a huevo sin importar el poco oxígeno que queda. Pinche calor que hace horrendo el trayecto de los usuarios, la gente con sus caras de cansancio y su poca paciencia. Estúpido metro, estúpido tú y tus vagones “autosardina”, estúpidos tus angostos pasillos, estúpido conductor que se atreve abrir las puertas sabiendo que no cabe ni un alma. Y estúpidas tus ventanas, sí, en especial tus estúpidas ventanas completamente cerradas y tan atascadas que son imposibles de abrir aun con la fuerza de seis hombres. Justo cuando no cabe uno más, un tipo se para frente a ti, con su pinche cara horrenda. Poco a poco se abre paso para pegar su cuerpo al tuyo y sólo atinas a mirarlo con tu peor cara. ¿Por qué se me ocurrió viajar en hora pico? Pinche calor y yo con una cruda insoportable. Pinche metro que no se mueve y el conductor que no aplica el aire acondicionado. ¿Por qué no tengo carro?