Por Omar Nava Barrera
Qué bello sería tener una capacidad organizativa de tal magnitud que todas y todos aquellos que vivimos en condiciones laborales precarias pudiéramos unirnos casi al unísono. Existe un batallón de obreros y obreras cuyas necesidades más básicas y elementales siguen siendo todo un reto en el día a día, y no es que esté cayendo en un discurso panfletario, al contrario, es la concreción misma del trabajador/a actual. Lo que pasa es que la hiperprecariedad se oculta bajo mandatos meritocráticos y extractivismos casi imperceptibles y que aceptamos de una manera tan sutil, pero a la vez tan violenta, que vulnera nuestro ritmo de vida. Sin embargo, a partir de estas condiciones se construyen dignas resistencias.
Ya ni siquiera es cuestión de estudios académicos, porque desde hace décadas la movilidad social por medio del mérito escolar ha dejado de existir. Es decir, ser profesionista hoy en día, en primer lugar no implica dejar de ser asalariado/a, y en segundo, ya no es sinónimo de una mejor vida. Tanto el desempleo como los empleos precarizados y sin derechos laborales son una constante que roza en lo grotesco. Sin embargo, dichas condiciones se han normalizado hasta el cansancio, el neoliberalismo, como una expresión del capitalismo gore, ha hecho bien su trabajo ya que ha disuelto las formas organizativas, desde abajo, de trabajadores y trabajadoras en todos los campos.
Pareciera que la organización obrera siempre fue un bonito sueño mal logrado en otros tiempos, y que ahora ya ni siquiera es opción. En estos tiempos de gobiernos progresistas en la región latinoamericana, particularmente en este país, la pregunta sería ¿acaso la organización obrera y campesina, desde las bases, no sería el fundamento orgánico que propiciaría un verdadero cambio? ¿En qué momento de la historia se perdió la idea de que los cambios profundos en una sociedad como la nuestra ya no pasan por la organización desde abajo, desde los movimientos históricamente precarizados, radicalizados, desde los que vivimos en la periferia de la periferia?
Encarno esta narrativa desde mi posición como profesionista frustrado, el que vive en la periferia, el que nunca ha dejado de ser pobre por ser universitario. Soy el que vive la precariedad desde la docencia y el extractivismo como asistente de investigación. Desde mi quehacer cotidiano puedo decir que urge develar las contradicciones de ese pueblo de profesionistas explotados cuyos derechos laborales son casi inexistentes, de los que nos tenemos que conformar con lo inaceptable y que nos hemos resignado porque no existen espacios ni mecanismos para verdaderamente aportar a nuestra sociedad. Porque regresar al pueblo lo que nos aportó, para poder estudiar en una universidad “pública”, pareciera sólo una linda intención (de una minoría) que no encuentra las maneras para concretarlo.
El llamado cognitariado no ha dejado de ser proletariado, porque la explotación laboral desde luego que la perpetúan y naturalizan las mismas instituciones académico-educativas que se jactan de ser los oráculos del saber y del pensamiento. La UNAM, el Politécnico, así como la UAM y el mismo CONACYT, son monopolios del conocimiento. Peor aún, muchos de sus programas actuales como los llamados PRONACES, aunque naveguen con las banderas del pensamiento crítico y el hacer comunidad, también están llenos de explotaciones y extractivismos intelectuales y emocionales.
Hay una férrea necesidad de la organización de base. Somos demasiados/as pero muchos los resignados/as. La organización debe ser una constante sin importar el tipo de gobierno en el que se viva. Bien lo decía José Revueltas: la crítica de la crítica es demoledora porque no distingue si el sistema es capitalista o socialista o en este caso, AMLOista. Que no se le olvide a este gobierno la importancia de dignificar a las y los trabajadores en todos los rincones, porque no sólo son las condiciones laborales establecidas en el contrato colectivo en la UNAM. Eso es quizá sólo la punta del iceberg, porque el proletariado sigue sin tener cabeza, aunque el presidente haya dicho lo contrario.