Por Óscar García González
Este año será recordado no sólo por los rebrotes de la pandemia y sus nuevas variantes, por el acaparamiento, despilfarro y escepticismo hacia las vacunas en el primer mundo, en contraste con la carencia y su falta de distribución en poblaciones empobrecidas que las anhelan.
Por la nada sorprendente continuidad de las políticas Trump-Biden, la impunidad en escándalos como los papeles de Pandora; por la intensificación de la guerra contra los migrantes con justificaciones biopolíticas, además de las habituales razones de Estado; por la persecución a la verdad y a la libertad de prensa como en el caso Assange, quien acumula más de una década en prisión y cuyo último episodio de la justicia abre la puerta para su posible extradición y ejecución en EEUU; o la consolidación de la algoritmocracia, omnipresente en casi todos los aspectos de la vida.
En cambio, también 2021 será recordado por movimientos y colectivos que hoy luchan de forma imperceptible tanto para los grandes medios tradicionales como para los nuevos influencers, como el año en que inició la gira por la vida anunciada por el neozapatismo chiapaneco desde sus comunidades, avizorada tiempo atrás.
A río revuelto, ganancia de oportunistas. Año de celebraciones fastuosas y fatuas, de valientes reclamos a la corona española y al Vaticano; cambio de nombre a estaciones del metro y avenidas con nombres de conquistadores. Sustitución del colonialismo ibérico (aunque sea sólo en el discurso porque las empresas y la banca ya no tienen, ¡por fortuna!, ni dios, ni patria ni reino); por la sumisión y pleitesía al nuevo capataz. Bueno al ejecutivo de nuestros socios comerciales del TEMEC (a quienes desde luego la 4T no va a molestar con reproches atávicos y absurdos como la devolución de más de la mitad del territorio arrebatado en una guerra del siglo XIX, cuyo año no es necesario recordar).
Año para pedir perdón al pueblo Yaqui en Sonora. El colonialismo siempre será aborrecible para una nación que celebra su independencia (siempre y cuando no se trate del colonialismo interno, ése que siempre será políticamente correcto, ya que debe implementarse en nombre del desarrollo, del progreso y del progresismo del gobierno de la nación, aunque implique políticas etnocidas). Año de la conversión de los viejos-nuevos megaproyectos en asuntos de seguridad nacional, militarismo sí pero con nuevo rostro humanista.
Pese a tanta ofuscación e incertidumbre hay algo que resulta indiscutible con el fin de la primera etapa de la travesía por la vida emprendida por los 28 grupos de escucha y palabra del EZLN, y el Congreso Nacional Indígena; (incluyendo al Comando Palomitas y a la Selección Femenina de futbol Ramona-Ixchel), y es que no existe movimiento social mexicano más universal que el neozapatismo.
Ninguna organización indígena autónoma en México es capaz de preparar una delegación cercana a dos centenas de personas, en su mayoría mujeres, que difícilmente conocían la capital de su estado natal, pero que ahora no sólo han atravesado un océano y viajado por países tan ajenos a sus comunidades, sino que lo han hecho para compartir las semillas de la rebeldía, la dignidad y la vida. Somos un ejército de soñadores, se autodefinieron alguna vez.
En vísperas de cumplir 27 años de su aparición pública, precedidos por el escuadrón 421 que renombró a Europa como Slumil K’ajxemk’op, la delegación aerotransportada no desembarcó en Normandía sino en Viena, desde ahí como hormiguitas fueron esparciéndose por los rincones de la geografía de los territorios que los querían conocer. Sin embargo, lo que hizo particular este viaje, fue su encuentro con la alteridad solidaria”, es decir, los zapatistas se encontraron con la Europa de los colectivos que resisten abajo, esos que no aparecen en la información turística o en la propaganda trasnacional. Aquellos que sólo logran colarse en los noticieros como síntomas de un malestar, que no es necesario comprender, que cuando aparecen, lo hacen para ser satanizados por el poder.
Es así que los equipos de escucha y palabra se alojaron, durmieron, se bañaron y vivieron en okupas autogestionados, comieron alimentos cultivados por campesinos y granjeros locales que resisten a Bayer-Monsanto. Se reunieron, marcharon y compartieron: lo mismo junto a ecologistas, anarquistas, activistas de la diversidad sexo-genérica, migrantes sin papeles; que a feministas, sindicalistas, altermundistas, pastafaristas e internacionalistas; a una diversidad de colectivos incluso con intereses encontrados o contrapuestos, que escapan a las clasificaciones y categorías establecidas.
Hablaron en mítines, visitaron universidades, subieron a embarcaciones que rescatan migrantes, acudieron a las mismas manifestaciones en las que el bloque negro se enfrentó a la policía (sin intervenir), pero sobre todo a marchas pacíficas y pacifistas, frente a oficinas gubernamentales, monumentos, embajadas de gobiernos y oficinas trasnacionales.
Escucharon de viva voz a los herederos de la Comuna de París, pero también a los chalecos amarillos, como a los descendientes de anarquistas y republicanos del siglo anterior. Asistieron a conciertos y expresiones artísticas. Dejaron sus cayucos en el museo Reyna Sofía, Intercambiaron dolores pero también estrategias frente a colectivos que se oponen a megaproyectos trasnacionales como el del aeropuerto en Notre-Dame-des-Landes, el tren de alta velocidad en Torino, o la pretensión de desaparecer los campos de cultivo de los obreros de Aubervillers en las afueras de París. Recordaron a sus muertos el 1 de noviembre y reconocieron que de no ser por ellos, no podrían estar ahí presentes. Los equipos de mujeres conocieron a los indígenas samis de Dinamarca, participaron en encuentros con sus pares, de sexualidades diversas y alternativas, jugaron futbol, marcharon, bailaron y sorprendieron con sus estrategias para marcar goles.
Recibir, alimentar, transportar y alojar al escuadrón 421 y a la delegación extemporánea implicó también un enorme despliegue de organización de los anfitriones, en un continente que se supone no se caracteriza por su solidaridad. Lo que nos hace sospechar en momentos de crisis como el que vivimos actualmente que otro mundo no sólo es posible sino necesario. Ojalá el pueblo mexicano pueda reconocer y reconocerse en el neozapatismo, como parte de una colectividad, capaz de inspirar la lucha por la vida en todo el orbe.
Publicado en Rebelión.org