Por Omar Nava Barrera
No cabe duda que la pandemia está dejando y dejará incertidumbres y profundas tensiones en todos los campos del desarrollo humano. De tal suerte que la crisis económica y, por consiguiente, el endeudamiento, serán una constante en muchos países como México, esto puede obligar a que el Estado se doblegue ante la élite empresarial mexicana, la cual aprovechará (como lo ha venido haciendo) la larga coyuntura pandémica para mover sus piezas y posicionarse en lo político y económico.
Bajo este panorama contextual desfavorable, el campo educativo es visto como un campo redituable y tentador para la cúpula empresarial, pues recordemos que para empresarios como Claudio X González, uno de los ideólogos e impulsores de la contradictoria reforma educativa en el sexenio de Peña Nieto, la educación siempre ha representado un campo de inversión apetecible. En este sentido, se ha utilizado, y se utiliza hasta el cansancio el metarrelato de la eficacia de la privatización como la panacea y el aliciente que necesita el sistema educativo mexicano para solucionar sus múltiples problemáticas, problemáticas que se han hecho, peligrosamente, cada vez más evidentes en esta crisis sanitaria.
Así pues, la pandemia se presenta como una problemática global, pero a la vez, como el pretexto idóneo para el avance y la continuidad de políticas restrictivas que catapultarían los intentos de privatización parcial y total de la educación. Es imprescindible aclarar que la privatización de la educación no nada más implicaría la cooptación de escuelas públicas por la inversión privada, ni la creación de más escuelas de paga; sino el control de sus elementos más importantes, como sus políticas, los planes y programas de estudio (la currícula), la formación docente y las tecnologías involucradas en el proceso de enseñanza. Si bien el proceso de privatización lleva décadas atentando contra la educación pública en México, lo cierto es que debido a la pandemia podría tomar posiciones estratégicas más fuertes. Por ejemplo, la educación a distancia resulta un caldo de cultivo para el mercado, pues queramos o no, debido a las condiciones actuales, la educación es parcialmente privada en la práctica aunque se invisibilice en el discurso.
Por ejemplo, una de las primeras consecuencias del impacto de la pandemia en la educación, es la alarmante exclusión disfrazada de deserción (Hoz Morales, 2020), pues según el periódico Excelsior, son tres millones de estudiantes, en todos los niveles, que ya no continuarían sus estudios durante esta segunda mitad del año, ya que el perfil de estudiante que exigen las circunstancias no está preparado para tomar clases en línea pues el proceso pedagógico es forzosamente distinto, exige del estudiante espacios, herramientas tecnológicas y tiempos idóneos; y, sobre todo, un perfil autodidacta para el estudio en toda su complejidad.
Al respecto, la investigadora de la UNAM y doctora en pedagogía, Ana María Salmerón, advierte enfáticamente que es imprescindible sostener una crítica a los discursos, políticas y programas que buscan aprovecharse de la crisis pandémica global, para promover e imponer la agenda de privatización de la educación pública bajo la proyección de expectativas de modalidades a distancia, como una forzosa necesidad futura; pues el poder que tienen para desestabilizar proyectos pedagógicos críticos y sólidos es mayúsculo (Salmerón, 2020).