Omar Nava Barrera
Ya lo advertía el pensador decolonial Boaventura de Sousa Santos en su libro Para decolonizar occidente, más allá del pensamiento abismal del año 2010. Podríamos estar entrando en un periodo donde las sociedades son políticamente “democráticas” y socialmente fascistas (de Sousa, 2010) pues en sociedades extremadamente desiguales es necesario implementar estrategias para que las grandes élites sigan conservado sus privilegios mediante la disparidad e imposición de poderes.
El fascismo, en los últimos años, ha venido ocultándose bajo múltiples facetas y expresiones que, en la mayoría de los imaginarios colectivos, pasa desapercibido o bien pareciera un fantasma imperceptible que se quedó guardado en el pasado. Sin embargo, está más vivo que nunca y es una de las estrategias más viables en esta crisis civilizatoria producto de un capitalismo rancio y cada vez más deslegitimado. Así es, el capitalismo en sus nuevas versiones (extractivista-neoliberal) necesita asumir los principios fascistas (la Jornada, 2020) para seguir mutando y continuar perpetuándose en detrimento de la vida misma.
Podríamos hacer una extensa lista de las expresiones fascistas en todos los rincones del planeta hoy; por ejemplo, no sólo es en Europa con “Reagrupamiento Nacional” en Francia, “Amanecer dorado” en Grecia o el “Nationaldemokratische Partei Deutschlands” formado por militantes neonazis y de extrema derecha donde las tres agrupaciones tienen injerencia política en sus respectivos parlamentos; también, de este lado del charco, encontramos el ideario fascista en las agendas políticas, los dos más claros ejemplos son Bolsonaro en Brasil y Donald Trump en Estados Unidos. Respecto a este último, apenas en el debate presidencial contra Joe Biden, Trump hizo un llamado al grupo de extrema derecha “Proud Boys” para prepararse ante cualquier “eventualidad” durante y después de los comicios en E.U.
Bien debemos recordar que, históricamente, el fascismo ha encontrado su auge y un campo de oportunidad para echar raíces en las crisis sociales (descomposición), políticas (deslegitimación) y económicas (desigualdades profundas). De tal manera que, no perdamos de vista que nos encontramos ante una coyuntura pandémica, la cuál traerá consigo consecuencias graves que desembocarán en una crisis amplia y profunda, en la que la bestia del fascismo buscará valerse de dicha crisis para posicionarse, pues bien lo advierte Yuval Harari, uno de los más grandes pensadores de la actualidad, cuando afirma que en medio de esta pandemia estamos viviendo un auge del nacionalismo extremo (Harari, 2020)
Ante esto, México no es para nada la excepción: la aparición del llamado Frente Nacional AntiAMLO (FRENA) encabezado por el ex-director del conglomerado empresarial FEMSA, Gilberto Lozano, quien asegura que el gobierno obradorista atenta contra sus costumbres e “históricos” privilegios, busca a toda costa destituir al mandatario aunque sus últimas movilizaciones han sido un fracaso, poniendo en evidencia la incapacidad que tiene la ultraderecha mexicana de entablar una conexión directa con el grueso de la población mexicana. Sin embargo, FRENA está muy alejado de ser una oposición crítica del gobierno en turno, más bien es la muestra clara de un pequeño sector privilegiado cuyas consignas dejan entrever su carácter conservador (cuya raíz es el criollismo ultracatólico), racista (los llamados whitexicans son los que encabezan las marchas en sus carros lujosos) y antipopular (al expresar su carácter anticomunista defendiendo constantemente la propiedad privada).
Cabe mencionar que uno de los fundadores de FRENA es Juan Bosco Abascal Carranza, hijo de Salvador Abascal Infante, dirigente histórico de la Unión Nacional Sinarquista, grupo fundado después de la guerra cristera de corte ultraconservador, católico y anticomunista cuya simpatía e identificación con el franquismo y el fascismo era evidente. De tal manera que FRENA se muestra como una agrupación que, mediante su discurso de odio, no niega su carácter fascista y buscará posicionarse sirviéndose de la incertidumbre de esta crisis pandémica. En consecuencia, hoy más que nunca el antifascismo se vuelve una necesidad y una alternativa de resistencia en México y el mundo.