Por Pedro Echeverría V.
A Rosa Luxemburgo en el Día Internacional de la Mujer
La mujer, no está ya demás repetirlo, teóricamente es igual al hombre en todos los campos y cuenta con las mismas posibilidades para su desarrollo social o individual; lo que ha pasado -y ha sido definitivo hasta hoy- es que desde hace dos mil o cuatro mil años se le impuso un rol de subordinación en la familia patriarcal. Luego, desde el siglo XVI el capitalismo se encargó cada vez más de «educar» a las sociedades profundizando las diferencias entre la mujer y el hombre mediante la división del trabajo, la fuerza física, la vida familiar, el cuidado de los hijos, la producción y el salario, remarcando así la sociedad patriarcal. Así como la llamada «democracia griega» fue sólo para la minoría dominante ignorando a los esclavos; así también la democracia capitalista o moderna ignoró por siglos a las mujeres.
La lucha de la mujer por su liberación dentro el sistema capitalista no sólo es difícil sino imposible cuando de lograr sus objetivos de igualdad se trata. Puede alcanzar muchos avances -que luego son aparentes- para evitar su supeditación en la casa, la escuela, la oficina, el trabajo, etcétera, pero mientras el sistema capitalista: su economía, su política, sus instituciones clasistas, la familia jerárquica, la escuela y la iglesia, sus leyes y sus reglas persistan, la emancipación de la mujer seguirá siendo una ilusión o un privilegio de unas cuantas universitarias y de clases medias que han logrado rechazar algo. Este mundo ha sido construido durante más de dos mil años con la concepción masculina y para acabar realmente con ella en busca de la igualdad, tendríamos que acabar primero con la sociedad capitalista que llena todos los poros y la cabeza de mujeres y hombres.
A principios de los sesenta militantes de izquierda creímos que habían países socialistas (URSS, China, el Bloque europeo oriental, Cuba); sin embargo veíamos que también allí las mujeres -aunque habían algunos avances- cumplían esencialmente con los roles capitalistas de sumisión al varón, pero esencialmente con las costumbres y formas feudales/capitalistas del matrimonio, la familia, la iglesia; se habló incluso, tontamente, de «bodas socialistas» , con vestidos, fiestas y todo los que las costumbres capitalistas imponen. ¿Cómo no seguir esa tradición si la sociedad, el gobierno, el Estado, siguen siendo organizaciones piramidales en las que mujeres y hombres tienen que continuar con las jerarquías? La lucha por la liberación de la mujer tiene que ser la lucha contra el capitalismo y todo su significado; lo demás sería sólo ponerse otro disfraz capitalista.
La mujer, para liberarse de la opresión de la sociedad «machista», tendrá que adquirir una conciencia social anticapitalista. El hombre despótico, autoritario o que manda con sutileza es el «enemigo» inmediato de la mujer, el más cercano a sus narices, el causante de muchos males que tiene muy a la vista; pero se olvida que también esos hombres son pobres autómatas víctimas de los valores que ha impuesto la sociedad de explotación burguesa. Todo lo que circula en la mente del hombre es cultura aprendida y heredada que en parte le ha dado mucha comodidad, pero vista en perspectiva no es más que una cultura que también lo oprime junto a la mujer. ¿Por qué no investigar las diferencias y coincidencias reales entre el hombre y la mujer, los orígenes de todos nuestras acciones y comportamientos, así como los valores que corresponden a cada quien en su vida social? Ninguna batalla se gana por decreto.
También es comprobable que los indígenas, campesinos, obreros o pobres que han llegado a cualquier cargo de gobierno han obedecido a sus partidos según el poder capitalista. Siempre ha valido un carajo que llegue un campesino, una mujer, un negro o un homosexual al gobierno. Nada cambia ni nada se transforma si no hay movimientos de masas en las calles de mujeres, hombres, homosexuales, marginales, que busquen destruir la sociedad capitalista de la desigualdad y la opresión. Tienen que haber movimientos por sectores de pobres y explotados, de seres oprimidos y marginados, por la defensa de sus intereses particulares inmediatos; pero la única lucha verdadera por la liberación real sólo será aquella lucha de clases de los oprimidos contra los opresores.